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«Fausto”, de Goethe, teatro perturbador desde el argumento hasta la puesta en escena

Por Francis Mesa
Publicado: Actualizado: 38 Vistas 3 minutos Leer

“Fausto”, una de las obras cumbres del alemán Johann Wolfgang von Goethe, es representada en la sala Ravelo del Teatro Nacional Eduardo Brito. En su primer fin de semana, el montaje dirigido por Manuel Chapuseaux y protagonizado por Richardson Díaz, Patricio León, Lía Briones y Camila Santana, ha dejado un sabor agridulce.

Desde su argumento, la obra proporciona ese halo perturbador y desconcertante que ofrecen los textos alborotadores. Precisamente, esos que de manera filosófica, nos plantean las intermitencias de la vida, la muerte, los deseos carnales, las relaciones de los seres humanos con Dios, con el Diablo…

Pues la puesta en escena en cuestión, lejos de perturbar en el sentido curioso de la palabra, mas bien se acerca a lo incómodo. A la no comprensión de lo que se nos está planteando. A las inquietantes interrogantes de no saber si ha sido la propuesta la que no ha estado a la altura del texto, o si ha sido el texto el que no ha estado acorde para ser montado.

Por momentos, también nos ha llegado a la cabeza una pregunta capciosa: ¿Está Chapuseaux agotado en su creatividad como director? O, simplemente, se ha dejado arropar, en ocasiones, por las peticiones (exigencias) de los productores de las obras en las que trabaja y ha cedido su buen tino para lograr puestas en escena redondas, tanto en la dirección de actores, como en los mismos montajes.

En “Fausto” el mensaje llega a medias. A veces distorsionado. Un drama filosófico escrito por Goethe en sus dos entregas en la primera mitad del siglo diecinueve, que consciente o inconscientemente se coloca en el plano machista de adjudicarle parte de las responsabilidades a la mujer enamorada, cuando ha sido el hombre quien, por sus anhelos de poder y eterna juventud, ha incurrido en negocios y conjuros oscuros, parece que ha costado bastante lograr que el auditorio captara la idea.

Cuando decimos que parece ser que Chapuseaux está agotado, nos referimos a que, siendo el imponente actor y director que ha sido por más de 30 años y teniendo en sus manos un texto tan rico en argumentos como éste, lo minimiza dejándose arropar por lugares comunes con simbologías preestablecidas y tantas veces manoseadas (que aportan muy poco al discurso teatral), como vestir al diablo de rojo o a la bruja/hechicera de negro, por sólo citar dos casos.

Siempre hemos esperado más de Manuel y siempre nos ha dado más. Quizás, tanto trabajo y poco descanso esté mermando una de sus cualidades más representativas: la creatividad y esto haya dado como resultado un montaje donde lo básico forma parte importante del producto final.

Como decimos una cosa, decimos la otra. La parte técnica, como maquillaje, el propio vestuario y la escenografía estuvieron acertados, sin que por esto dejemos de lado que el elenco trastabilla demasiado en sus diálogos. Habrá que averiguar qué distracción previa a subir a escena los limitó a lucirse en sus intervenciones.

Otra cosa, por momentos, el drama filosófico que es “Fausto” y el discurso estético y la teatralidad que pudimos apreciar, se confundía con un teatro del absurdo al más fiel estilo de Samuel Beckett.

Coincidencia o no, debería ser un punto a tomar en cuenta por la producción y la dirección de Patricio y Chapuseaux, respectivamente.

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